sábado, 3 de noviembre de 2012

Distinción de los buenos y malos Espíritus.




Distinción de los buenos y malos Espíritus.


Lo que nos interesa no es su persona, sino su enseñanza; pues desde el momento que esta enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame Pedro o Pablo; se le juzga por su calidad y no por su título. Si un vino es malo, el rótulo no lo hará mejor.

¿Con qué señales se puede conocer la superioridad o la inferioridad de los Espíritus?

Con su lenguaje, así como nosotros distinguimos a un atolondrado de un hombre sensato.
Los Espíritus superiores no se contradicen nunca y sólo dicen cosas buenas; sólo quieren el bien, esta es su preocupación.
Los Espíritus inferiores están aún bajo el Imperio de las ideas materiales; sus discursos se revisten de su ignorancia y de su imperfección.

Sometiendo todas las comunicaciones a un examen escrupuloso, escudriñando y analizando el pensamiento y las expresiones, sondeando el sentido íntimo, examinando sus palabras, pesándolas fríamente, con madurez y sin prevención, como se hace cuando se trata de juzgar una obra literaria, distinguiendo toda separación de la lógica, de la razón y de la prudencia, no puede quedar duda sobre su origen, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace el Espíritu.

(…) no hay malas comunicaciones que puedan resistir a una crítica rigurosa. Los Espíritus buenos nunca se ofenden por esto, puesto que ellos mismos lo aconsejan, y porque nada tienen que temer del examen; sólo los malos son los que se formalizan y quieren disuadir, porque lo pierden todo y por lo mismo prueban lo que son.

Los Espíritus buenos prescriben sólo el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrechamente conforme con la pura caridad evangélica, no puede ser la obra de Espíritus buenos.

Los Espíritus superiores tienen un lenguaje siempre digno, noble, elevado, sin mezcla de ninguna trivialidad; todo lo dicen con sencillez y modestia; jamás se alaban ni hacen nunca ostentación de su saber ni de su posición entre los otros. El de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda expresión que resienta la bajeza, la suficiencia, la arrogancia, la presunción y la acrimonia es un indicio característico de inferioridad.

Los Espíritus buenos nunca mandan; no se imponen, sino que aconsejan, y si no se les escucha, se retiran. Los malos son imperiosos, dan órdenes, quieren ser obedecidos, pero no se van aún cuando no lo sean. Son exclusivos y absolutos en sus opiniones y pretenden tener ellos solos el privilegio de la verdad. Exigen una creencia ciega, y no quieren sujetarse a la razón, porque saben que la razón les quitaría la máscara.

Los Espíritus buenos no adulan; cuando se hace el bien lo aprueban, pero siempre con reserva; los malos hacen el elogio exagerado, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad, y procuran exaltar la importancia personal de aquellos cuya voluntad quieren captarse.

Los Espíritus buenos aconsejan siempre cosas perfectamente racionales; toda recomendación que se apartase de la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la naturaleza, indica un Espíritu limitado y por consiguiente poco digno de confianza.

La Inteligencia y conocimiento de un Espíritu, ¿es siempre la señal de su elevación?

No, porque si aún está bajo la influencia de la materia, puede tener nuestros vicios y nuestras preocupaciones. Hay personas inteligentes en este mundo que son excesivamente celosas y orgullosas. ¿Crees, acaso, que dejan estas imperfecciones cuando mueren?

La inteligencia y el conocimiento está lejos de ser una señal cierta de superioridad, porque la inteligencia y la moral no siempre marchan juntas. Un Espíritu puede ser bueno, benévolo y tener conocimientos limitados, mientras que un Espíritu inteligente e instruido puede ser muy inferior en moralidad.

Estos Espíritus medio imperfectos son más temibles que los Espíritus malos, porque la mayor parte reúnen la astucia y el orgullo a la inteligencia. Por su pretendido saber imponen a las gentes sencillas e ignorantes, que aceptan sin comprobar sus teorías absurdas y mentirosas; aún cuando estas teorías no pudiesen prevalecer contra la verdad, no por eso dejan de hacer un mal momentáneo, porque ponen trabas a la marcha del Espiritismo y los médiums se ciegan voluntariamente sobre el mérito de lo que se les comunica. Esto es lo que requiere un gran estudio de parte de los espiritistas ilustrados y de los médiums; toda la atención debe dirigirse a distinguir lo verdadero de lo falso.

¿Parece de este modo que siempre es fácil el descubrir la falsificación por medio de un estudio atento?

No lo dudéis; los Espíritus no engañan sino a los que se dejan engañar. Pero es necesario tener los ojos de comerciante de diamantes para distinguir la verdadera piedra de la falsa; así, pues, el que no sepa distinguir la piedra fina de la falsa, que se dirija al lapidario.