lunes, 21 de enero de 2013

LA TIERRA:PLANETA DE PRUEBAS Y EXPIACIONES




LA TIERRA:PLANETA DE PRUEBAS Y EXPIACIONES
      




Entre los mundos inferiores, la Tierra pertenece a la categoría de los de expiación y
pruebas, porque en ella existe el predominio del mal sobre el bien. Aquí el hombre lleva
una vida llena de vicisitudes, por ser todavía imperfecto, y hay para sus habitantes más
momentos de desdicha que de alegría.
Así como ocurrió con la estructura física de la Tierra, también la evolución moral ha
avanzado gradualmente, sin interrupciones. «Los períodos geológicos señalan las fases del
aspecto general del globo, como consecuencia de sus transformaciones. Pero, con excepción
del período diluviano, que se caracterizó por una modificación repentina (fue una época de
grandes cataclismos en el planeta), todos los demás transcurrieron lentamente, sin
transiciones bruscas. Durante todo el tiempo que tomó a los elementos constitutivos del
globo ocupar posiciones definitivas, las mutaciones deben haber sido generales.
De igual modo ocurre con la parte moral e intelectual de los Espíritus que habitan la
Tierra.
Es muy cierto que si bien nuestro planeta es un mundo inferior, no está considerado
como primitivo, o sea, destinado a las primeras encarnaciones de los Espíritus. Los habitantes
de la Tierra son Espíritus que poseen un determinado progreso. Pero, también, los
numerosos vicios a los que se muestran propensos, constituyen un índice de gran
imperfección moral.La tierra es un planeta en evolución, aunque pueda parecer lo contrario, al ver en las noticias guerras,drogas,robos,violencia, pero al ser la tierra un planeta de pruebas y expiación es aqui donde se pagan nuestras deudas, contraidas en vidas anteriores, por eso vemos en la tierra tantas desigualdades y injusticias, porque la ley siempre se cumple, y el que sembro mal y dolor a los demas consechara aqui en la tierra mucho sufrimiento. Por eso, Dios los colocó en un mundo desapacible, para que expiaran
allí sus faltas, mediante un penoso trabajo y las miserias de la vida, hasta que hayan merecido
ascender a un planeta más dichoso.
No obstante, no todos los Espíritus que encarnan en la Tierra están allí para expiación.
Las razas a las que llamáis salvajes están compuestas por Espíritus que acaban de salir de la
infancia y que en la Tierra se encuentran, por decirlo así, en camino a la educación, para
crecer por medio del contacto con Espíritus más adelantados. Vienen después las razas
semicivilizadas, constituidas por esos mismos Espíritus que están en vías de progreso. Ellas
son, en cierto modo, razas indígenas de la Tierra que se elevaron hasta allí poco a poco,
durante largos períodos seculares, algunas de las cuales han podido llegar al nivel de
perfeccionamiento intelectual de los pueblos más esclarecidos.
Los Espíritus en expiación  no son oriundos de la Tierra; ya han vivido en otros
mundos, de donde fueron excluidos como consecuencia de su obstinación en el mal y por
haberse constituido, en esos mundos, en causa de perturbación para los buenos. Debieron
ser degradados, durante algún tiempo, al ambiente de los Espíritus atrasados, con la misión
de hacer que estos últimos avanzasen, ya que llevan consigo inteligencias desarrolladas y el
germen de los conocimientos que adquirieron. La felicidad no puede existir, por consiguiente, en la faz del orbe porque, en su
generalidad, las criaturas humanas se encuentran intoxicadas y no saben contemplar la
grandiosidad de los paisajes que las rodean en el planeta. Sin embargo, interesa observar
que en el globo terrestre es donde la criatura edifica las bases de su verdadera dicha, por el
trabajo y el sacrificio, camino a las más sublimes adquisiciones en el mundo divino de su
conciencia.
La Tierra saldrá de la condición de expiación y pruebas y pasará a ser planeta de
regeneración. Está sometida a la ley del progreso, como todo en la Naturaleza. Progresa,
físicamente, por la transformación de los elementos que la componen y, moralmente, por
la depuración de los Espíritus encarnados y no encarnados que la pueblan. Ambos progresos
se realizan paralelamente, debido a que el mejoramiento de la habitación guarda relación
con el del habitante. Físicamente, el globo terráqueo ha experimentado transformaciones
sucesivas, que la Ciencia ha comprobado y que lo hicieron habitable por seres cada vez más
perfeccionados. Moralmente la humanidad progresa por medio del desenvolvimiento de la
inteligencia, del sentido moral y por la moderación de las costumbres.
«Para que los hombres sean felices en la Tierra, es preciso que solamente esté poblada
por Espíritus buenos, encarnados o no encarnados, que se dediquen tan sólo al bien. Como
ha llegado el momento oportuno, se verifica una gran emigración de los que la habitan: la
de los que practican el mal por el mal mismo, no tocados todavía por el sentido del bien,
quienes por no ser ya dignos del planeta transformado serán excluidos, porque  podrían
constituir un obstáculo al progreso. Irán a expiar la dureza de sus corazones, unos en
mundo inferiores, otros en razas terrestres todavía atrasadas . Los substituirán Espíritus
mejores, que harán que reine en su seno la justicia, la paz y la fraternidad.
Según lo anunciado por los Espíritus, la Tierra no habrá de transformarse por medio
de un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La actual desaparecerá
gradualmente y la nueva la sucederá del mismo modo, sin que haya ninguna variación en el
orden natural de las cosas.
 En cada niño que nazca en vez de un Espíritu atrasado e inclinado al mal, que
antes encarnaría en ella, vendrá un Espíritu más adelantado y propenso al bien 
«La época presente es de transición; se confunden los elementos de las dos generaciones.
Colocados en un punto intermedio, asistimos a la partida de una y a la llegada de la otra,
destacándose cada una en el mundo, por sus caracteres peculiares.
Correspondiéndole fundar la era del progreso moral, la nueva generación se distingue
por inteligencia y razonamiento generalmente precoces, sumados al sentimiento innato del
bien y las creencias espiritualistas, lo que constituye señal indudable de cierto grado de
adelantamiento anterior. No estará compuesta exclusivamente por Espíritus eminentemente
superiores, pero sí por los que habiendo progresado ya, se encuentran predispuestos a
asimilar las ideas progresistas y aptos para secundar el movimiento regenerador 
He aquí pues, el destino inmediato de la Tierra: planeta de regeneración. No obstante,
continuando con su progreso ininterrumpido, ascenderá a niveles cada vez más altos, hasta
alcanzar la perfección a la que todos estamos predestinados.

Síntomas de la mediumnidad












Toda persona que siente, con mayor o menor intensidad, la influencia de los Espíritus es médium. (…) Por consiguiente, se puede decir que todas las personas, poco más o menos, son médiums. (KARDECEl Libro de los Médiums, ítem 159)


Son muchas las personas que desean saber si poseen alguna facultad mediúmnica y cuáles son los indicios que pueden confirmar o negar tal existencia.

Según las palabras de Kardec, el noble codificador de la Doctrina Espírita, todos somos médiums, pues hay continua interacción entre los dos planos (material y espiritual). Pero el grado de intensidad de la comunicación entre encarnados (vivos) y desencarnados (llamados muertos) es diferente para cada persona.

En determinados contactos el encarnado siquiera registra la influencia de un Ser desencarnado, mientras que en otros la influencia es patente.

En este estudio queremos enfocarnos en la facultad mediúmnica ostensible, es decir, la que permite identificar la existencia del contacto.

Es muy común que escuchemos relatos de personas que buscaron la asistencia de un Centro Espírita por sufrir algún desequilibrio y fueron orientadas a “desarrollar” la mediumnidad; algunas incluso, fueron direccionadas a los trabajos mediúmnicos de la institución sin ninguna preparación, asistencia o estudio.

Sin detenernos demasiado en analizar la irresponsabilidad de tal actitud que lamentablemente aún es común en muchas instituciones dichas espíritas, recordamos las palabras de Kardec:

Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la mediumnidad. Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. (…)

Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera, implicaría esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente móvil y fugitiva. (Qué es el Espiritismo. Capítulo I. Breve conferencia espiritista - Medios de Comunicación)

No hay ningún indicio de la facultad mediúmnica; sólo la experiencia puede darla a conocer. (El Libro de los Médiums, ítem 62)

Por lo que podemos notar, la facultad mediúmnica no puede ser identificada en el Centro Espírita o donde sea como si se tratara de un diagnóstico elemental y aunque así fuera, nos informa el codificador que la mediumnidad puede ser transitoria y alguien “diagnosticado” como médium hoy, puede no serlo mañana.


Pero ¿cómo saber si somos médiums?

Cuando estamos ante desequilibrios que nos afectan, lo principal es buscar un médico y considerar la hipótesis de un disturbio orgánico y que la asistencia espiritual, en una institución idónea, ocurra de manera simultánea.

Sabemos que determinadas influencias espirituales (obsesiones) de larga duración pueden alcanzar el organismo físico, pero la obsesión no es sinónimo de mediumnidad ostensible. Por lo tanto, es recomendable cuidar del cuerpo y del espíritu antes de pensar en una supuesta facultad mediúmnica, hasta porque la existencia de la mediumnidad exige ciertas responsabilidades.

Nos pareció importante hacer esas aclaraciones antes de profundizar un poco más en el tema para que no sea creada una falsa idea sobre la mediumnidad.

Kardec la explicó con mucho criterio y propiedad y no es nuestra intención contradecirlo, pues concordamos con sus enseñanzas.

El objetivo de este estudio es mostrar el resultado de experiencias serias y las lecciones expuestas en la literatura espírita confiable y fiel a la base kardeciana sobre los síntomas más comunes descritos por las personas que manifestaron la facultad mediúmnica ostensible.

Según Herculano Pires, en “Mediumnidad (Vida y Comunicación)” “la Mediumnidad se desarrolla como la inteligencia y las demás facultades humanas”, en un proceso cíclico que obedece a “etapas sucesivas”. En los niños es muy evidente y es común que registren presencias espirituales hasta más o menos los siete años. A partir de esa edad, “se desvinculan progresivamente de las relaciones espirituales” y se proyectan más en las relaciones terrenas. En la adolescencia se inicia el segundo ciclo y la mediumnidad se manifiesta de modo más intenso.

Recomienda el respetable estudioso que no se estimule la facultad en el primer ciclo, sino que el niño sea asistido con pases[1] y oraciones. El adolescente puede comenzar a estudiar para entender mejor lo que le ocurre, pero sin intentar desarrollar la práctica mediúmnica. Y cuando las manifestaciones sean espontáneas “es conveniente limitarlas al círculo privado de la familia o amigos íntimos en instituciones para jóvenes, hasta que la mediumnidad se defina”.

El tercer ciclo ocurre entre los dieciocho y los veinticinco años y se orienta a que el joven estudie la Doctrina Espírita y la Mediumnidad más profundamente. A partir de esa edad, el médium ya puede dedicarse a la educación y a la práctica mediúmnica según su madurez y preparación.

Recuerda Herculano que en algunos casos el proceso de eclosión de la mediumnidad tarda hasta unos treinta años de madurez biológica.

El autor aún describe un cuarto ciclo, cuando la mediumnidad aparece en la edad madura o en la vejez por el proceso natural de desprendimiento entre el espíritu y el cuerpo físico. A eso Herculano lo llama “preparación mediúmnica para la muerte”, que puede durar muchos años.

La UEM (Unión Espírita Mineira), en su “Curso Básico sobre Mediumnidad”, explica que la Mediumnidad presenta diferentes naturalezas: propia o natural, de prueba o trabajo, de expiación, y misionera; y cada una de ellas posee características peculiares y se manifiesta de diferentes maneras:

La Mediumnidad propia o natural es adquirida a través de la evolución moral del individuo, cuando su facultad psíquica y su percepción se intensifican. LaMediumnidad de prueba o trabajo es precaria “como una tarea a ser desarrollada” por el encarnado para su mejora espiritual y la de sus semejantes, con una preparación antes de su reencarnación que le permitirá obtener excelente oportunidad de trabajo. La Mediumnidad de expiación es concedida a personas muy comprometidas ante las Leyes Divinas y se caracteriza por la imposición de una sensibilidad psíquica muy intensa, la cual debe ser utilizada para que el médium se libere de sus actos infelices del pasado y crezca espiritualmente. Generalmente surge causando sufrimiento y es común que se manifieste a través de fuerte obsesión. La Mediumnidad de Misión es concedida a Espíritus que ya alcanzaron cierta elevación espiritual y que quieren aportar voluntariamente en la evolución de sus semejantes, como intermediarios entre el Plano Material y el Espiritual.

Por las aclaraciones de la Unión Espírita Mineira nos resulta obvio deducir que la gran mayoría de los médiums encarnados se encuadran en la mediumnidad de prueba o en la de expiación, dado que nuestro planeta todavía es muy inferior y, para casi todos, las facultades mediúmnicas surgen causando muchos disturbios.

El Espíritu Manuel Philomeno de Miranda, en el libro “Temas de la Vida y de la Muerte”, comenta que muchas veces los efectos de la eclosión de la mediumnidadpueden ser confundidos con síntomas de algunas psicopatologías. Pueden surgir de manera sutil o vigorosa, “causan malestar, inquietud y trastorno depresivo”; en otros momentos exaltan la personalidad, producen sensaciones desagradables en el organismo, antipatías sin explicaciones y animosidades.

Añade que “muchas enfermedades de difícil diagnóstico, por la variedad de sintomatología, tienen raíces en los disturbios de la mediumnidad de prueba” o de expiación y acostumbran revelarse con desórdenes físicos y psicológicos.

Pasaremos a enumerar los síntomas de fondo mediúmnico más frecuentes que han sido observados por los estudiosos del tema y descritos por médiums que cuentan sus primeras experiencias.

El citado curso de la UEM explica que la mediumnidad propia o natural es el resultado del esfuerzo individual, de la perseverancia y perfeccionamiento en las sucesivas reencarnaciones y por ello dispensa las dificultades enfrentadas en la mediumnidad de prueba y expiación. Es una conquista del Espíritu que ya superó la fenomenología y penetró en el “plano extrafísico” por la intuición, la más elevada de las facultades mediúmnicas.

La manifestación de la mediumnidad de prueba o trabajo puede ser más o menos complicada según la elección del médium. Cuando es comprendida como una herramienta divina para la elevación espiritual, se presenta con signos de alerta. Si el médium rechaza la concesión, surge de manera dolorosa.

La mediumnidad de expiación, es impuesta al médium para su reajuste ante las Leyes Divinas y, por su naturaleza expiatoria, puede surgir con muchos sufrimientos si no encuentra la buena voluntad del deudor para la rehabilitación necesaria. Incluso puede revelarse como una obsesión de alto grado, la subyugación[2], cuyo aparecimiento exige asistencia espiritual y no el desarrollo mediúmnico, como equivocadamente se supone.

El Espíritu Manuel Philomeno de Miranda en el libro citado describe los posibles síntomas de la eclosión de la mediumnidad de expiación:

En lo físico:
“dolores en el cuerpo sin causa orgánica; cefalalgia periódica sin causa biológica; disturbios del sueño – insomnio, pesadillas, pánico nocturno con transpiración excesiva -; taquicardias sin explicación; colapso periférico sin cualquier disfunción circulatoria; son todas perturbaciones generadas por la eclosión de la mediumnidad con sintonía desequilibrada.”

En lo psicológico:
“ansiedad; variadas fobias; perturbaciones emocionales; inquietud íntima; pesimismo; desconfianzas generalizadas; sensación de presencias inmateriales – sombras, figuras, voces y toques -, los cuales surgen de forma inesperada, desaparecen sin uso de medicinas y representan disturbios mediúmnicos inconscientes en consecuencia de la captación de ondas mentales y vibraciones sincronizadas con el periespíritu del enfermo” (Entidad sufriente o vengadora).

Pero Manuel Philomeno alerta que tales síntomas pertenecen a los cuadros de obsesiones simples y exigen cuidados en la educación y en la práctica mediúmnica.

Martins Peralva, en “Mediumnidad y Evolución”, también describe algunos síntomas que anuncian la mediumnidad: “reacciones emocionales insólitas, escalofríos, malestar, sensación de enfermedad, irritaciones raras”.

Eliseu Rigonatti, en “Mediumnidad sin Lágrimas”, además de algunos de los indicios de la eclosión de la mediumnidad ya enumerados, describe: “perturbación cerebral, sensación de peso en la cabeza y en los hombros, nerviosismo, sensación de cansancio, lasitud, cambios bruscos de sensación térmica corporal, falta de ánimo para trabajar, tristeza profunda o alegría excesiva sin razones”.

En el libro “Psicología y Mediumnidad”, Adenáuer Novaes amplía la lista de síntomas que caracterizan el aparecimiento de la mediumnidad:

Ideas y sentimientos inusitados que se presentan como presentimientos que se concretizan posteriormente; intuición aguzada; “arrepentimientos tardíos tras acciones inadecuadas” en las que faltó voluntad propia; alteraciones en el pensamiento y “desvíos en la elaboración de las ideas”; repetición de sueños premonitorios o con personas fallecidas; producción de ruidos y golpes extraños en el entorno; audición de voces y sonidos que parecen venir del interior de la cabeza; intenso deseo de escribir, a veces acompañado por temblores en uno de los brazos, con movimientos repetidos e involuntarios; sensación descontrolada de que puede ser tomado por algo y fuerte deseo de hablar; molestia toráxica y necesidad de gritar o llorar; manifestación de conocimientos inusitados; “frecuentes experiencias emocionales de “déjà vü”.

No obstante queremos aclarar que aunque nos hemos referidos a los síntomas de la eclosión de la Mediumnidad, no es demasiado decir que esa facultad no es la responsable por los sinsabores de los médiums.

El Espíritu Vianna de Carvalho, en el capítulo 7 del libro “Médiums y Mediumnidad”, afirma que no es la mediumnidad que genera el disturbio en el organismo, sino la acción fluídica de los Espíritus que favorece la posible sintonía, según la calidad de que ésta se reviste”. Y Manuel Philomeno añade que la ignorancia y la falta de asistencia son quienes generan los disturbios de fondo mediúmnico. Adenáuer Novaes explica que las invasiones psíquicas no tienen sus raíces en la mediumnidad sino que son facilitadas por ellas.

En definitiva, la elevación o inferioridad moral del médium y la aceptación o rechazo de su facultad son quienes influyen en el aparecimiento, en la intensidad y en la duración de los disturbios.

Después de tan amplia lista de síntomas relacionados a la Mediumnidad, el lector debe de creer que es muy fácil “diagnosticar” la facultad mediúmnica ostensible y que Kardec se equivocó, pero no es cierto. Todo lo que hemos descrito puede caracterizarse también por cuadros vinculados a la Medicina Tradicional o como casos de influencias espirituales que no “exigen” la práctica mediúmnica en una institución espírita.

Una vez más Manuel Philomeno explica que la manifestación de tales síntomas no significa que el individuo deba practicar la facultad mediúmnica, ya que luego de someterse a la asistencia espiritual adecuada y al estudio del Espiritismo, el equilibrio físico y el psíquico pueden ser recuperados por su transformación moral.

Chico Xavier decía que la mejor manera de distinguir los efectos mediúmnicos de la enfermedad física sólo se logra por la educación de la mediumnidad y que lo ideal es que la persona consulte un médico para confirmar o no la enfermedad.

Otro inconveniente en el diagnóstico de la mediumnidad es el caso de las facultades mediúmnicas temporales, como lo comenta Paulo R. Santos, en su libro “Casos y Experiencias con la Mediumnidad”. La facultad “puede manifestarse en cualquier época de la vida (…) y sufrir interrupciones, oscilaciones, cambios y excepcionalmente el desaparecimiento”, cuya “mayoría de las causas son conocidas solamente por la Espiritualidad Mayor”.

Continúa el autor diciendo que:

“la mediumnidad puede ser inducida o despierta por los Espíritus, por el uso de ciertas drogas o por el impacto de fuertes emociones. Será siempre temporal y artificial. (…) cuando son causadas por Espíritus Superiores el objetivo siempre será noble; (…) cuando son producidas por Espíritus imperfectos (…) son desagradables.”

El último caso pertenece al ámbito de las obsesiones a las que todos podemos exponernos si no mantenemos la vigilancia y la elevación moral, seamos o no médiums ostensibles.

Kardec, en la pregunta 459 de “El Libro de los Espíritus” expone:

¿Influyen los Espíritus en nuestros pensamientos y acciones?
– En este aspecto su influencia es mayor de la que creéis, porque, con frecuencia son ellos quienes os dirigen.

Si estamos atentos, podemos notar que la pregunta se refiere a todas las personas y no únicamente a los médiums, aunque es muy común que la mediumnidad surja bajo acciones obsesivas.

En el capítulo 23 del libro “En las Fronteras de la Locura”, Manuel Philomeno explica la frecuente incidencia de procesos obsesivos en el proceso de eclosión de la Mediumnidad diciendo que “el médium es un Espíritu endeudado” y por su inferioridad posibilita “el acoplamiento de mentes perniciosas del Más Allá” y de antiguos enemigos que intentan “impedirle el crecimiento espiritual”. Eso en los casos de la mediumnidad de prueba o de expiación.

Lo que queremos decir es que la Mediumnidad no es una misión o un privilegio, inclusive el Espíritu Emmanuel, en el capítulo XI del libro “Emmanuel” aclara que “los médiums generalmente son almas que fracasaron desastradamente (…) en el pasado” y que han reencarnado con el objetivo de “sacrificarse en beneficio de muchas almas que desviaron del sendero de la fe, de la caridad y de la virtud;” son “almas arrepentidas” que buscan reequilibrarse.

En ese momento el lector ya se imagina que este estudio es un tratado que desprecia a los médiums, pero tranquilízate porque no es este nuestro objetivo.
Queremos demostrar que la mayoría de los médiums son Espíritus que traen con ellos las características de nuestro planeta aún inferior, como la mayoría de los encarnados que no posee la facultad mediúmnica ostensible. No somos ni mejores ni peores. Todos estamos expuestos a la incidencia de las acciones obsesivas.

Queremos demostrar que es un error intentar desarrollar la mediumnidad a todo costo, sin reflexionar sobre las responsabilidades involucradas en la tarea, por creer que se trata de “un poder oculto que se puede desenvolver a través de la práctica de rituales o por el poder misterioso de un iniciado”. [Herculano Pires]

La mediumnidad no es un recurso para la autopromoción o para el enriquecimiento ilícito, sino una herramienta que Dios concede a las almas para su crecimiento moral, para que la usen en beneficio de su prójimo, para que se acerquen a Jesús, donando de sí mismo sin esperar recompensas.

El Espíritu deudor que utiliza su facultad mediúmnica como profesión, para obtener ventajas personales o para destacarse en la casa espírita es alguien que agrava su situación ante los Códigos Celestiales. Y los miembros de la institución que alimentan la vanidad de los médiums con la concesión de privilegios y con la aceptación de sus teorías y prácticas extrañas no aportan en su evolución, tampoco en la Causa Espírita.

No obstante, si alguien se identifica en los síntomas aquí expuestos, recomendamos que su primera preocupación deba ser su equilibrio espiritual y físico. Es importante buscar los recursos de la Medicina y la asistencia espiritual a través de la oración, la meditación y de los pases en una institución espírita seria, pero no la práctica mediúmnica.

La práctica mediúmnica es tarea para quien se siente bien, equilibrado y preparado. No es necesario apresurarse para empezarla, pues somos Espíritus inmortales y tenemos mucho tiempo. Además, sólo podemos donar lo que tenemos y no podemos brindar paz y equilibrio si todavía no lo conquistamos.

Cuando se concurre a una institución espírita seria, sus miembros sabrán orientar al asistido de modo adecuado y si la facultad mediúmnica se confirma, tras la asistencia, el estudio y el equilibrio, el obrero sincero podrá dedicarse a esa tarea de amor. Si no se trata de Mediumnidad no hay problema, pues hay muchas otras tareas hermosas que esperaban la colaboración de personas dedicadas.




 Por: Marina Silva

sábado, 19 de enero de 2013

LA ESCALA ESPIRITA


Un punto capital en la  Doctrina Espírita es el de las diferencias 
que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista 
intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado; 
pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen 
perpetuamente al mismo orden  y que, por consecuencia, estos 
órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de 
desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la 
Naturaleza; los de los  órdenes inferiores son todavía imperfectos; 
han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado; 
avanzan en la jerarquía a medida  que adquieren las cualidades, la 
experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el mismo ser.  La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación, 
además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un 
carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la 
transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices 
se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores del arco iris o también  como en los diferentes  períodos de la vida humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión. Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como fueren, no cambian en  nada el fondo de la  ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados sobre este  punto podrán haber variado en cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia. Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección 
de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas. 
Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe 
perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los 
hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante 
prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios 
porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y 
conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los 
Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los 
ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar  el conjunto y para 
formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden 
variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus 
hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que 
cualquier uno habría hecho en nuestro lugar. 
Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo 
como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha sido textualmente trazado por los  Espíritus, y si nosotros hemos 
tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo 
han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que 
formular su disposición material. 
Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o 
tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, 
se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi 
todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la materia sobre el Espíritu y por  su propensión al  mal. Los de la 
segunda categoría se caracterizan  por el predominio del Espíritu 
sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el grado supremo de perfección.  
Esta división nos parece perfectamente racional y presenta 
caracteres bien nítidos; sólo nos  quedaba por hacer resaltar, por 
medio de un número suficiente de subdivisiones,  los principales 
matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración 
de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han 
faltado. 
Con la ayuda de este  cuadro será fácil determinar el rango y el 
grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los 
cuales podemos entrar
en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima 
que merecen. Además de ello, nos  interesa personalmente porque 
pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual 
retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra 
lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo. 
No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen 
exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en 
forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden 
reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede 
apreciarse por su lenguaje y por sus actos. 
Escala espírita 

TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS 

Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el 
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las 
malas pasiones que son su consecuencia.  
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden. 
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza, 
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien 
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el 
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de 
hacerlo. 
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea 
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son  poco elevadas y 
sus sentimientos más o menos abyectos.  
Sus conocimientos acerca de las  cosas del mundo espírita son 
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores. Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus comunicaciones, deje escapar  un pensamiento malo, puede ser incluido en el tercer orden;  por consecuencia, todo pensamiento 
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.  
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un 
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden 
producir la envidia y los celos. 
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la 
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros; y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir: Dios, para punirlos, quiere que así lo crean. 
Podemos dividirlos en cuatro clases principales. 
Novena clase.  ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación 
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como 
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la 
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se 
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces  de ceder a sus 
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están 
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos 
sucumbir en las pruebas que enfrentan. 
En las manifestaciones se los reconoce por su  lenguaje; la 
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus 
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad 
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de 
sus inclinaciones, y  si quieren inducir a  engaño hablando de una 
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo 
y terminan siempre por delatar su origen. 
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros 
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus 
del mal. 
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados, 
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones 
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la 
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.  
Hacen el mal por el placer  de hacerlo –muy a menudo sin 
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre 
las personas honradas.  Son flagelos para la Humanidad, sea cual 
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización 
no los libra del oprobio y de la ignominia. 
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS –  Son ignorantes, 
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a 
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en 
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los nombres de  duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones. 
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de 
ser los agentes principales de las  vicisitudes de los elementos del 
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los 
cuerpos duros o en las  entrañas de la Tierra. A
menudo manifiestan su presencia  por medio de efectos sensibles, 
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos 
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al 
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que 
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa 
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente. 
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en 
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que para las inteligentes. 
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces 
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las 
extravagancias y ridiculeces que  expresan con rasgos mordaces y 
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia 
que por maldad. 
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus 
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo 
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos puntos de vista, su lenguaje  tiene un carácter serio que puede engañar acerca de sus  capacidades y luces; pero, a menudo, no es más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción, 
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse. 
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante 
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el 
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se 
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas  de este mundo, de cuyos goces groseros sienten nostalgia. 
SEGUNDO ORDEN – ESPÍRITUS BUENOS 
Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia; 
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en 
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento, 
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el 
saber a las cualidades morales.  Al no estar aún completamente 
desmaterializados, conservan más  o menos –según  su rango– los 
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en 
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus 
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos. 
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los 
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que 
impiden. El amor
que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada 
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las 
malas pasiones que atormentan a  los Espíritus imperfectos; pero, 
aún, todos ellos han de pasar  pruebas hasta que alcancen la 
perfección absoluta. 
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los 
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se 
hacen dignos de su protección y  neutralizan la influencia de los 
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla. 
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus 
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni 
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el 
bien por el bien mismo. 
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias 
vulgares con los nombres de  genios buenos, genios protectores y 
Espíritus del bien.  En tiempos de superstición e ignorancia se ha 
hecho de ellos divinidades benéficas. 
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales. 
Quinta clase. ESPÍRITUS BENÉVOLOS – Su cualidad 
dominante es la bondad; se complacen en prestar servicios a los 
hombres y protegerlos, pero sus  conocimientos son limitados: su 
progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el sentido 
intelectual. 
Cuarta clase. ESPÍRITUS ERUDITOS – Lo que especialmente 
los distingue es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan 
menos con las cuestiones morales que con las científicas, para las 
cuales tienen más aptitud; pero sólo encaran la ciencia desde el 
punto de vista de la utilidad, y en ello no mezclan a ninguna de las 
pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos. 
Tercera clase. ESPÍRITUS DE SABIDURÍA – Las cualidades 
morales del orden más  elevado forman su carácter distintivo. Sin 
tener conocimientos ilimitados, están dotados de una capacidad 
intelectual que les proporciona un juicio recto acerca de los hombres 
y de las cosas. 
Segunda clase. ESPÍRITUS SUPERIORES – Reúnen el 
conocimiento, la sabiduría y la  bondad. Su lenguaje sólo refleja 
benevolencia y es constantemente digno, elevado y frecuentemente 
sublime. Su superioridad los hace más aptos que a los otros para 
darnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo 
incorpóreo, dentro de  los límites de aquello  que es permitido al 
hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que de 
buena fe buscan la verdad y cuyas almas están lo suficientemente 
desprendidas de los lazos terrestres como para comprenderla; pero 
se alejan de los que solamente están animados por
la curiosidad o a quienes la influencia de la  materia desvía de la 
práctica del bien.  
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una 
misión de progreso y, entonces, nos ofrecen el tipo de perfección a 
la que puede aspirar la Humanidad en este mundo.
PRIMER ORDEN – ESPÍRITUS PUROS 
Caracteres generales – Influencia nula de la materia. 
Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus 
de los otros órdenes. 
Primera clase. Clase única – Han recorrido todos los grados de la 
escala y se han despojado de todas las impurezas de la materia. Por 
haber alcanzado la suma de perfección de la cual es susceptible la 
criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Al no estar 
más sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, la vida es 
para ellos eterna y la disfrutan en el seno de Dios. 
Gozan de una felicidad inalterable, porque no están sujetos a las 
necesidades ni a las vicisitudes de la vida material; pero esta 
felicidad no es de manera alguna la de una ociosidad monótona que 
transcurre en una perpetua contemplación. Son los mensajeros y 
los ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento 
de la armonía universal. Comandan a todos los Espíritus que les son 
inferiores, ayudándolos a perfeccionarse y asignándoles su misión. 
Asistir a los hombres en sus aflicciones, inclinarlos al bien o a la 
expiación de las faltas que los alejan de la felicidad suprema, es para 
ellos una agradable  ocupación. A veces son designados con los 
nombres de ángeles, arcángeles o serafines. 
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos, pero muy 
presuntuoso sería quien pretendiese tenerlos constantemente a sus 
órdenes. 
ESPÍRITUS ERRANTES O ENCARNADOS 
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de 
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se 
depuran. Con respecto al  estado en que se encuentran, pueden 
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún 
mundo, o  errantes, es decir, despojados del cuerpo material y 
esperando una nueva encarnación para mejorarse. 
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de 
los estados en los cuales pueden encontrarse. 
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye 
una inferioridad para los
Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo 
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo,  errante, con 
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por 
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo. 
Al ser la encarnación un  estado transitorio, la  erraticidad es en 
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este 
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o 
infelices según el grado de su elevación y de  acuerdo al bien o al 
mal que hayan hecho.

EL ORGULLO


Si recorremos, palabra a palabra, todas las obras dejadas por Allan Kardec, llegaremos a la conclusión de la necesidad que tenemos todos de combatir, en nosotros mismos, el orgullo, el egoísmo y la insensata vanidad. 
Una que otra vez, oradores espíritas, se quejan, y con razón, de la insuficiencia de los diccionarios, no solo los nacionales, sino también los de otros idiomas, en suministrarnos elementos para la comprensión exacta de los tres términos tan enfatizados por los Espíritus Superiores que asistieron al Codificador en su bendita misión de traernos a Cristo de regreso, posibilitándonos la fe razonada, dentro de la lógica de la Reencarnación.

Veamos sólo cuatro de esos léxicos:

1 – Diccionario Contemporáneo de la Lengua Portuguesa, de Caldas Aulete (Rio, Editora Delta, 5ª Edición, 1970, Volumen IV, p. 2597)
Orgullo, s.m. elevado concepto que alguien se hace de sí mismo; especie de amor propio que nos inspira una idea exagerada de nuestro mérito o que nos incita a inculcarlo a otros, egoísmo. (....) F. Germ. Urgoli a través de la  prov. cat. Cf. Antenor Nascentes, Diccionario Etimológico.”

2 – Nuevo Diccionario de la Lengua Portuguesa, de Aurélio Buarque de Holanda Ferreira (Rio, Editora Nueva Frontera, 2ª edición, revisada y aumentada, s.d., p. 1232): 

“Orgullo [Del francés urguli, ‘excelencia’, atr. del cat. orgull y del esp. orgullo.] s.m. 1. Sentimiento de dignidad personal, brío, altivez. 2. Concepto elevado o exagerado de sí mismo; demasiado amor propio; soberbia.”

3 – Pequeño Diccionario de la Lengua Portuguesa, por Cândido de Figueiredo (Lisboa-Portugal-Brasil, Sociedad Editora Arthur Brandão & Cía, Rua de la Condesa, 80, s.d., p. 1003):
“Orgullo, 
m. Sentimiento o estado del alma, donde se forma el concepto elevado, que alguien hace de sí mismo. Soberbia. Pundonor, sentimiento de dignidad personal. Legítima ufanía. (Del ant. Al. Orguol).”


4 – Gran Diccionario Etimológico-Prosódico de la Lengua Portuguesa, por Francisco da Silveira Bueno (Santos, São Paulo, Editora Brasilia, 1974, 6º Volumen, p. 2766)
Orgullo–s.m. Soberbia, presunción, vanidad, infatuación. Del francés orgoli, a través del esp. Orgullo. En catalán orgull.”

A fin de cuentas, se ha de preguntar el lector: realmente, ¿qué es el orgullo, desde el punto de vista práctico? ¿A través de que medios podré tomar conciencia plena de que soy orgulloso?

Felizmente, en 1994, en Italia, un doctor en letras clásicas y filosofía, profesor de latín y griego–Antonio Poliseno–, escribió I difetti degli altri, lanzado en Brasil, por la Editora Paulus, en 1996 (Trad. De Georges I. Maissiat, Revisión de Iranildo B. Lopes), con el título de Los defectos de los otros.

De este libro, admirable bajo todos los aspectos, vamos a transcribir algunos fragmentos, enumerado por nosotros, tan sólo del Cap. 24 –“El Orgulloso”–, que se extiende de la p. 112 a la 116:

1.”�?l se enorgullece de su altura, de su belleza, del encanto de sus ojos, de la fuerza de sus músculos, de sus virtudes y de su inteligencia. Y voy a parar aquí, pues no sería capaz de enumerar todos dones excepcionales de los que se juzga poseedor y de los cuales se alaba, elogiándose a sí mismo. En una palabra, se enorgullece de sí mismo; y en este ‘sí’ están reunidas todas las prendas de las que se pavonea. Y tal vez fuese un orgullo justificado, si de hecho poseyese todas esas cualidades de las que se jacta y si ese sentimiento no fuese exagerado.

Pero exagera y, más que orgulloso de sí mismo, está lleno de sí mismo; es un orgulloso en sentido pleno, pues posee todas las características de ese defecto tan común como reprobable. Camina con el pecho hinchado, altivo, pisando muy firme y erguido sobre los demás: quien está convencido de que todo el mundo le pertenece, necesita dejar muy evidentes todas las marcas de su presencia. Es verdad que las apariencias nunca son tan solo apariencias, pues al final tendrán que ser apariencias de algo; pero, si su orgullo se limitase sólo a ciertas actitudes externas, menos mal. Sin embargo, el orgullo, es un defecto del alma, invadiendo lo más íntimo de la persona humana; es el vicio de la inteligencia, así como la humildad es su virtud. Pues bien, como la inteligencia es la parte más noble del ser humano, su virtud es la mayor de todas las virtudes y su vicio es el peor de todos los vicios. (....)

2. El orgullo no encuentra hospedaje en una persona de inteligencia equilibrada: ésta se rinde a la constatación de la verdad, que acabó con cualquier presunción. La realidad de nuestras propias limitaciones es el más eficaz de los convites a la humildad. Es de los labios de los científicos y filósofos, esto es, de las personas realmente sabias que se recogen las más sorprendentes manifestaciones condenando cualquier tipo de orgullo. Una cultura que despertase el orgullo no sería una cultura con C mayúscula –que se coloca ante la realidad con la intención de comprenderla–, pues sería una cultura que presta culto a su propio Ego.

3. El orgulloso no se preocupa de conocer la verdad, sino apenas en ocupar una posición en la que pueda ser el centro la norma; libre de cualquier subordinado, pretende que todo esté sujeto a sí mismo.

4. La afirmación de que el orgullo es el padre de todos los vicios no es un lugar común, repetido por el uso, sino una verdad que justifica esa afirmación.

5. El orgulloso posee todos los vicios.

Es egoísta. Coloca su persona en el centro de todo, sirviéndose de una inteligencia incensada por el orgullo para justificar este egoísmo suyo.

Es injustoDe hecho, justicia significa respetar los derechos de los demás, mientras que el orgulloso sólo reconoce un derecho: el suyo, que no le impone ninguna especie de obligación, pues él ignora la correlatividad de los términos y la dialéctica de las relaciones en la vida en sociedad.

Es ingrato. Sólo el recuerdo de cualquier dependencia, próxima o remota, ya lo hace sufrir y se libera de ella rechazándola; mientras que la gratitud envuelve el reconocimiento de que una mano extraña nos ayudó a ser lo que somos. �?l es fruto sólo de sí mismo, pues el orgullo no le permite compartir con otros sus merecimientos. �?l no tiene religión. Quién no admite ninguna dependencia de Dios, ¿cómo podría tolerar que su alma se vuelva agradecida al Creador? El sentimiento religioso se basa en el reconocimiento de que fuimos creados y de que existe un Dios que cuida de todo; sin embargo, el orgulloso, no precisó que lo ayudasen a nacer y tampoco precisa que lo ayuden a vivir: ¡su orgullo cuidará de todo!

Es inmoralEs incapaz de admitir vínculos morales para su comportamiento quien se juzga superior a las leyes. Sus actos no precisan respetar moral alguna, mas imponen a otros normas morales.

Es fanfarrón. Está siempre hablando de sí, atribuyéndose elogios por hazañas jamás realizadas; expone como proezas actos que solamente su exagerada jactancia considera como tales. Es prepotente, arrogante, insolente y violento.


Y yo podría señalar, no para demostrar que el orgullo es de hecho el padre de todos los vicios, sino por que el orgulloso realmente los posee todos, incluso el de presentarse con actitudes humildes y modestas.

6. Y cuando el orgulloso habla de los otros, lo hace con desprecio y con sentimientos de compasión. Está claro que conversar contigo sobre ti y sobre los otros ya sería un acto excepcional; habitualmente evita la compañía de los demás, incapaces de comprenderlo, recogiéndose a meditar sobre su incomprendida grandeza.

7. Solamente él es capaz de entender su Ego y de dialogar con su orgullo; los otros son míseros mortales que merecen el desprecio o si él hasta quisiera ser benévolo, su compasión. Ya que lo quiere así, déjenlo solito; no lo perturben en la meditación sobre sus merecimientos. De eso se encargará la amarga soledad, que lo punirá por su orgullo. Cuando tuviere necesidad de los otros, no los encontrará. Es el castigo que se merece. Sólo que, entonces, nos acusará a todos de ser orgullosos. Es muy cierto que los defectos de los demás son los nuestros vistos en los otros.

Pero, ¿será que esta meticulosa excavación hecha en el alma vivida del orgulloso estará realmente exenta de un secreto deseo de descubrir en él algo que existe dentro de nosotros mismos?

Está claro que el orgulloso hace mal en acusar a los otros de orgullo; pero, ¿quién de nosotros estará totalmente inmune de un vicio que nació junto con el ser humano y que tal vez lo verá morir? Que no seamos totalmente víctimas de un vicio no significa que estemos totalmente exentos de él. Existen dos cosas irreales: un ser humano que sólo tenga vicios y, por otro lado, un ser humano que sólo tenga virtudes.”

En el Diccionario de Psicología y Psicoanálisis, de Álvaro Cabral (Editora Expresión y Cultura, s.d., p. 272), encontramos esta síntesis para el término Orgullo Neurótico:“Concepto central del sistema de orgullo definido por Karen HORNEY (cf. Nuestros Conflictos Interiores y Neurosis, yDesenvolvimiento Humano) El sistema consiste en la totalidad de atributos neuróticamente evaluados y odiados del yo. La evaluación puede incidir sobre atributos inexistentes o cuando existentes, extremadamente exagerados. Por otra parte, los atributos odiados son generalmente reales y la exageración que los envuelve es una consecuencia de la exageración del mismo sentimiento de odio. Y el orgullo neurótico es el reflejo de una exagerada e irracional evaluación de las supuestas características personales.”

Emmanuel, en el Capítulo 101 –“La cortina del yo”–, de Fuente Viva, recibido por el médium Francisco Cândido Xavier (Rio, FEB, con prefacio datado en Pedro Leopoldo, 11 de febrero de 1956, pp. 231-233), estudiando a Pablo en Filipenses, 2:21– “Porque todos buscan lo que es suyo y no lo que es de Jesucristo.”–, entre otras consideraciones, nos ilustra:

“Por detrás de la cortina del “yo”, conservamos lamentable ceguera frente a la vida. (...).

La antigua leyenda de Narciso permanece viva, en nuestros mínimos gestos, en mayor o menor porción.

En todo y en todas partes, nos apasionamos por nuestra propia imagen.

En los seres queridos, habitualmente nos amamos a nosotros mismos, porque, si demuestran puntos de vista diferentes de los nuestros, aun cuando sean superiores a los principios que abrazamos, instintivamente disminuimos el cariño que les consagrábamos.

En las obras del bien a las que nos dedicamos, estimamos, por encima de todo, los métodos y procesos que se exteriorizan de nuestro modo de ser y de entender, porque si el trabajo evoluciona o se perfecciona, reflejando el pensamiento de otras personalidades por encima de la nuestra, operamos, casi sin percibirlo, una disminución de nuestro interés con los trabajos iniciados.

Aceptamos la colaboración ajena, pero sentimos dificultades para ofrecer el concurso que nos compete.

Si no hallamos en una posición superior, donamos con alegría una fortuna al hermano necesitado que sigue con nosotros en condición de subalterno, a fin de contemplar con voluptuosidad nuestras cualidades nobles en el reconocimiento de largo curso al que se siente constreñido, pero rara vez concedemos una sonrisa de buena voluntad al compañero más rico o más fuerte, puesto por los Designios Divinos a nuestro frente.

En todos los pasos de la lucha humana, encontramos la virtud rodeada de vicios y el conocimiento dignificante casi sofocado por los espinos de la ignorancia, porque, infelizmente, cada uno de nosotros, de modo general, vive buscando su propio ‘yo’.

Entretanto, gracias a la Bondad de Dios, el sufrimiento y la muerte nos sorprenden, en la experiencia del cuerpo y más allá de ella, arrebatándonos a los vastos continentes de la meditación y de la humildad, donde aprenderemos, poco a poco, a buscar lo que pertenece a Jesucristo, en favor de nuestra verdadera felicidad, dentro de la gloria de vivir.”

Que el Divino Maestro continúe bendiciéndonos y podamos, con denuedo, esforzarnos en el sentido de tener conciencia de nuestro propio orgullo, para que, poco a poco, vayamos a ingresar, aun tropezando, en la senda que más temprano o más tarde será frecuentada un día por todos nosotros, ya que el Espíritu progresa siempre y nunca retrograde –¡la de la Humildad!

Por Elias Barbosa